Septiembre es el mes de los retornos, volvemos al trabajo, a la universidad, al instituto, al colegio y también a todas aquellas actividades que ocupaban nuestro tiempo libre antes del verano. Estos días familias de todos los rincones ultiman los preparativos para iniciar un nuevo curso, en el que grandes y pequeños correrán aventuras de todo tipo, en las que se harán un poco más mayores, un poco más sabios. Si hay una vuelta más especial, es la del comienzo del colegio por los más pequeños de la casa. Quién no recuerda emocionarse ante la cercanía del primer día de cole, y los siguientes primeros días después de las vacaciones, de reencuentro con los compañeros y de intercambios de experiencias veraniegas. Cada uno tiene su propia historia de inmersión en el mundo escolar, pero algo que es común a todos, es el esfuerzo añadido de volver a la rutina diaria entre mandilones, uniformes, mochilas y los deberes. La vuelta al cole afecta a toda la familia que, sin haberse recuperado del todo de la depresión postvacacional, afronta las responsabilidades de los más pequeños. Y esto no es tarea fácil si queremos que este regreso al día a día no se convierta en un drama.
Ser padre/madre implica saber mantener la calma en situaciones de caos, incluso cuando tu amigdala te esté diciendo lo contrario, que luches o huyas. En esta parte es donde los valores que le queremos transmitir a los niños van a influir en las decisiones que tomemos y en las conductas que elijamos en un momento determinado. Porque no podemos perder de vista que somos el modelo más importante que van a tomar como ejemplo a seguir, y lo que decimos y hagamos va a moldear su personalidad. En este sentido debemos fijarnos en lo que queremos para ellos en un futuro y observar si la educación que les estamos inculcando ahora va en la línea de esa imagen. Las expectativas que tenemos de ellos se van a expresar a través de las palabras, la actitud y el comportamiento que tengamos día a día, y todo ello va a tener un efecto en su desarrollo y aprendizaje. Por eso debemos cuidar esos pequeños detalles que desde la posición de un niño se hacen grandes.
La vuelta al cole supone la vuelta a las prisas, coordinación de horarios, delegar papeles, en definitiva, compaginar vida laboral y personal. Si además queremos conservar la tranquilidad del hogar en la que los niños se encuentren seguros y, poder pasar tiempo confortable, en familia, un día entre semana se vuelve en toda una hazaña. Para conseguirlo, en primer lugar es necesario encontrar dentro de uno mismo un espacio de calma, al que poder recurrir ante momentos de mayor estrés. Este refugio nos va a servir para afrontar todas las actividades diarias sin perder el control por el camino. También nos va a ayudar a transmitirles un modelo saludable a los pequeños, pues los niños cogen seguridad en uno mismo y en el mundo a través de la relación con una figura estable en la que poder confiar. La confianza personal va a ser la semilla que, desde una actitud tranquila y cariñosa, aportamos a nuestros hijos y desde la que brotará su autoestima a partir de la adolescencia. Bien sabido es que niños seguros tienen más facilidades de adaptarse a las demandas de la vida de un adulto. Por eso es nuestro deber invertir en la estabilidad de su futuro y hacerlo con una crianza llena de afecto, seguridad y de valor.
El regreso a la rutina también nos ofrece buenas oportunidades para fortalecer el vínculo entre padres e hijos. Cada día van surgiendo nuevos retos que el niño asume de la mano del adulto. Gracias a estas experiencias podemos ejemplificar los valores inculcados dentro de la familia y también demostrarle que estamos presentes y que puede recurrir a nosotros. Sabiendo lo difícil que es encontrar tiempo para dedicarle a nuestros hijos, resulta conveniente recordar la importancia de compartir tiempo de calidad para su crecimiento a todos los niveles. Es en estos momentos cuándo ganamos su confianza y nos involucramos activamente en su educación y desarrollo. Para aprovechar al máximo estos encuentros debemos escuchar con atención lo que nos cuenta sobre lo que va pasando en su día a día. Si tenemos la honesta intención de ganarnos su confianza, entonces mostraremos interés por sus vivencias, trataremos de entender lo que le ocurre poniéndonos en su lugar, lo que nos ayudará a conectar con el pequeño. En cambio, si lo que buscamos responde a alguna de nuestras necesidades y reaccionamos en modo de solución de problemas, lo que conseguiremos es todo lo contrario, que el niño se cierre en banda y no nos vea como una figura de apoyo que le aporte la seguridad que necesita.
Una adecuada educación emocional desde el hogar es esencial para el correcto desarrollo de los niños. De este modo, si el pequeño habla desde lo que él piensa o siente, y nosotros respondemos negando tales pensamientos y sentimientos imponiendo nuestra perspectiva, le estaremos haciendo daño invalidando su experiencia. Los efectos de esta actitud contraproducente se traducen en la forma de mirarse a sí mismo y al mundo, creyendo que no puede confiar en lo que sucede en su mundo interior. Crecer en un ambiente invalidante repercute en la estabilidad emocional y supone un factor de riesgo para desarrollar una personalidad patológica que dificulte la adaptación a la vida adulta. Su mejor cura es la prevención aprovechando las oportunidades que se den para validar las experiencias particulares del niño. Esto no implica estar de acuerdo con él en todo, sino tener en cuenta su punto de vista y ya después, explicarle otras maneras de ver lo que acontece. Lo importante es que el niño no pierda la fe en sí mismo, y confíe en sus emociones a medida que aprende a regularlas. En este sentido también debe saber que todas las emociones tienen su función y que escucharlas nos da mucha información sobre nosotros mismos y lo que nos sucede.
Parte del aprendizaje emocional conlleva la aceptación del sufrimiento como parte de la vida y que es algo compartido por todos los humanos. Una de las primeras lecciones que recibe un niño es la necesidad de tolerar cierto grado de malestar y esto lo hará ya desde muy pequeño frustrándose, expresándolo con rabietas, tristeza…y una lección que tienen que tener sabida los padres es la de no negarles estas experiencias, entender que es una preparación para la vida, que en algún momento conocerán la verdad del ying yang y que ahora es el momento de familiarizarse con estas emociones desde el entorno seguro que ofrece la familia. Para transmitir este mensaje a los pequeños, antes los padres han de estar en paz con sus propias emociones de la misma manera que lo que buscan para sus hijos. Quizás es un buen momento para practicar técnicas de relajación, Mindfulness o practicar la autocompasión que nos ayudará a ser coherentes con la educación que le damos a nuestros hijos. Algo que está siempre presente es que esos niños son un reflejo de nosotros mismos y debemos buscar en nosotros mismos la calidad de vida que buscamos para ellos.Y esto lo hacemos en forma de valores, aceptación, compromiso con nuestros propósitos, acción en el presente y amor incondicional. De la actitud que adoptas hoy con tu hijo va a depender la estabilidad emocional y su adaptación en el mañana. La asignatura más importante es la que recibe desde el vínculo que le une a la familia, las lecciones básicas desde las que salir a un mundo en el que nunca se deja de aprender.
Recuerdas los días que te preparabas para volver al colegio en septiembre? Cómo te sentías? Qué era lo que más te entusiasmaba? Había algo que te aterrara al pensar en ello? Una vez regreses de tu infancia, comparte la intensidad de estos días con tus hijos, ayúdales a construir esos recuerdos que algún día añorarán desde la imaginación de su niño interior. Ese niño hoy lo tienes ante tus ojos, disfruta de su presencia, hazte presente en su infancia.
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